
He tenido un finde diferente: Debido a la cercanía del Evento, y dado que me quedan pocas oportunidades para desconectar, aproveché una invitación que Ufo me realizó para pasar la noche del sábado en una casa del terror: La Quinta del Melque.
Los que ya llevan recorrido conmigo saben que no soy una de esas personas a las que les gusten el cine de terror, de sustos y de agobio. Soy lo que viene a denominarse un cagao: mi reacción en las situaciones tópicas que se pueden dar en estas ficciones sería correr. Cuanto más lejos y rápido, mejor. No me gusta pasar miedo ni estar en tensión.
¿Y si tan mal lo paso porqué fui? Porque de cuando en cuando hay que forzar los límites y descubrir hasta donde se puede llegar. Que si, que estoy hablando de una casa del terror y no de una experiencia cercana a la muerte: mi mantra a repetir durante todo el evento sería (y ha sido) que «es un espectaculo, es un espectaculo».
Y si, joder. Es un espectáculo. Pero se pasa un mal rato de cuidado. Empieza MUY alto a nivel de tensión. Y después, como válvula de seguridad, los actores van liberando situaciones cómicas, con descargas muy medidas y estudiadas de risa (nerviosa según el caso), para, acto seguido, recuperar la tensión con otro golpe.
La premisa (y la ambientación) es que se recibe una invitación para pasar una velada en compañía de Doña Julia, una viuda que vive apartada de la civilización en una quinta en medio de la nada. Doña Julia y su servicio son bastante peculiares y todo queda patente desde el momento en el que llegas a la puerta de la hacienda.
Se cena, se duerme y se desayuna: no deja de ser un alojamiento. Pero el espectáculo es lo que marca la diferencia: velas, carreras en la penumbra y oscuridad, en interior y en exterior, gritos, historias de miedo contadas en corro, mucha mala leche a la hora de plantear las situaciones y unos recursos técnicos puntuales, pero de alto nivel, que generan una experiencia para no olvidar.
Pero quienes dan la medida de la experiencia son los compañeros de aventura: No estoy hablando de los actores, que son profesionales increíbles y que no dan un puto momento de tregua, tanto en las acciones de miedo como en las situaciones de liberar tensión, donde acabas carcajeandote a mandíbula batiente cuando hace menos de tres minutos querrías esconderte en un agujero para que todo pasase… Me refiero a los compañeros de cena, el resto de invitados, que a poco que sigan el juego y se metan en el desarrollo, proporcionan muchos momentos de intensidad y carcajadas. En el caso que me ocupa, siete chicas celebrando una despedida de soltera y otra pareja de chicos (que luego nos enteramos que esta era la sexta vez que acudían) dieron un juego increíble. Y eso se agradece.
Pero las cosas como son: Hay varios momentos en los que te arrepientes de haber ido. No es tanto pasar auténtico terror como la sensación de que no sabes que es lo que viene después. Es el caso de estar metidos en las habitaciones y no saber si intentar dormir o no. Yo, muerto de cansancio y de calor, opté por echarme en la cama y hasta conseguí dormir, pero no lo aproveche: no descansé y puede que lo pague a lo largo de esta semana.
En fin, que si queréis pasar un rato entretenido, preguntad por las Cenas de Doña Julia en Viajes con Imaginación