Siempre he escuchado atentamente las conversaciones acerca de los diferentes chiringuitos (físicos) laborales donde amigos, conocidos y antiguos compañeros de trabajo producen en el momento de escucharles. Hay una tendencia clara: Espacios abiertos, diafanos y muy claros, con detalles en colores estridentes, pero que no desentonan al ser eso, pequeños detalles.

Pongamos que nunca he sido demasiado afortunado con mis lugares de trabajo: el segundo y tercero, con mudanza de por medio entre ellos (realizada con mi ayuda gratuita, por supuesto, y con el peaje de ser la novatada de la primera vez), fueron dos zulos oscuros e infectos donde la limpieza y el archivado digital eran conceptos a descubrir. Lo cierto es que más el segundo que el tercero. Del primero también tengo mal recuerdo, pero por ser un anexo a un edificio histórico construido a base de acero y cemento. Temperaturas extremas en los meses de frío o calor.
A lo que voy es que esos primeros garitos eran lo que eran: oficinas pequeñas sin pretensiones: mesa y ordenador. No estaba el horno para bollos. Ni para gastos relacionados con la comodidad. Apurando, diría que casi los justos dedicados a los empleados.
El caso es que en un momento dado di un salto a la consultoría: Dos plantas en un edificio de oficinas. De lo comentado más arriba, únicamente existían los grandes espacios. Un recinto amplio, pero impersonal: seis o siete mesas para los curritos, con dos-tres puestos por mesa y dos despachos, uno para los gestores y otro para reuniones y conferencias. Nada destacable.
Y por último, ellos: Pasando de un despacho retirado en un edificio perteneciente a una gran empresa para siete personas, a un pequeño apartamento de 50m2 donde todos estabamos apiñados y la privacidad era nula, para acabar en una planta entera de un edificio de oficinas. Por decirlo finamente, y como encargado de la parte técnica, un espacio aprovechado de la peor manera posible en lo referente a organización, con mesas corridas donde, en un momento dado pudimos estar cerca de 70 personas. Con cerca de diez o doce equipos conectados a las mismas tomas de red y de electricidad. Pero me desvio:
Todo ello decorado espartanamente en un principio hasta que a alguien se le ocurrió colocar vinilos decorativos corporativos y paredes magnéticas para poner en funcionamiento esas técnicas visualmente tan atractivas de etiquetado de tareas. Vamos, un descojono de posits tirados por el suelo que nadie podía recoger ni tirar sin el consentimiento expreso de la cadena jerárquica, que igual abarcaba cinco personas, empezando por el técnico y ascendiendo desde el gestor hasta el CEO. Como suena. Visualmente, tenía un pase. Funcionalmente, un cero pelotero.
Ahora que empiezo a buscarme las castañas por mi cuenta con ánimo de crecer en algún momento dado, no me planteo una oficina chupimolongui, las cosas como son. En un primer momento, no, desde luego. Hay gente que me describe oficinas con figuritas frikis, consolas, billares, futbolines, cocina, comedor… Entiendo que una oficina no debe de ser un lugar hostil: la gente se va a pasar un tercio o más de su jornada diaria y el sitio debe cumplir unos mínimos de limpieza y organización. También deben ofrecerse una serie de servicios: No estoy hablando de un catering completo con un chef francés cocinando a todas horas, pero qué menos que agua, café y no sé, algo de comida sana.
Vinilos freaks sobre espacios diáfanos de cristal, con mobiliario moderno, con frases supuestamente motivadoras a lo largo y ancho de las paredes o billares y futbolines son cosas pretenciosas, un intento de emular a cierta empresa con un producto estrella denominado buscador. Lo que no se suele publicitar de esa empresa es que hay unas cuotas de producción bestiales, y que el uso de esos servicios accesorios para que la mente se evada por un rato es casi testimonial. Evidentemente, es una necesidad, pero con un sofá y una tele de uso de libre disposición creo que sería suficiente.
Quiero retomar lo de las frases motivadoras en las paredes: No es que me parezca una tontería. Solo que en ocasiones no son adecuadas. Pienso en un ejemplo extremo, pero lo voy a reducir a una circunstancia vital como puede ser un desengaño amoroso: Que te ocurra y al día siguiente, llegar a la oficina y leer la maravillosa frase de Paulo Coelho que dice que «Cuando deseas alcanzar u obtener algo en la vida, el universo conspira para que lo logres.» Personalmente, tengo un día malo y alguien me dice esa frase o me la encuentro por delante a tamaño de letra tipo folio y aplico la misma solución: gasolina y fuego.