Últimamente, dejando a un lado mis queridos temas freaks/ciencia ficción, le estoy dando con saña y gusto a dos series: Arma Letal y Billions. La primera no tiene más allá que la recuperación del formato de las «buddy-movies» en la que todo vuela por los aires. Pero qué queréis que le haga si uno es así de simplón.
Billions es bastante más que eso. Cuando empecé con la primera temporada, te deslumbra por la facilidad que el dinero se utiliza. Y temporada y media después, comprendes que el dinero no es más que una herramienta y que la serie pivota unicamente sobre el poder. Que proporciona dinero para conseguir poder sobre otras personas.
No es una historia moral. Cuando los egos del fiscal del distrito sur de Nueva York (es decir, Wall Street y la zona donde es más posible que ocurra un delito económico) y del presidente y fundador de una compañía especulativa de inversión de capitales chocan, las vidas de esas dos personas y de quienes les rodean se ven afectadas por las decisiones que ambos dos toman con el fin de putearse mutuamente. Más cuando la esposa del susodicho fiscal trabaja como psicóloga de plantilla para la empresa del millonario.
No hay personaje «bueno». No bueno en la diferencia moral de, por ejemplo, Luke y Darth Vader. Chuck Rhodes y Bobby «Axe» Axelrod son autenticos bastardos hijos de puta cada uno en su campo. Uno, bailando en el delicado equilibrio del sistema legal norteamericano y el otro, en la jungla bursátil. El otro, haciendo malabares entre hacer lo que le da la puta y real gana bordeando la línea del delito y el uno, conseguir que la impunidad de Axe (y demás gente similar a él) sea castigada, no ya como trabajo, sino en el punto de la obsesividad y persecución personal.
Y esta es la presentación de la serie. Cada episodio se convierte en un desfile de triquiñuelas y artimañas de las que, por lo general, uno de los dos protagonistas sale vencedor sobre el otro. Perdiendo algo por el camino. Principalmente alguna relación personal que más adelante se convertirá en algo sobre lo que el contricante basará su estrategia ganadora en un futuro episodio.
Ya digo que nadie espere ver comportamientos ejemplarizantes. Personalmente, he simpatizado más con Chuck durante la primera temporada, pero el comportamiento de este para con su equipo en lo que llevo de segunda me ha hecho ponerlo a la misma altura moral que Axe. Y mi expresión favorita cada vez que veo un episodio es «Qué hijo de puta«. Para cualquiera de los dos. Quizás, en cierto modo, el personaje más decente (y está por ver el momento en el que cambie, porque no puede ser que siempre sea el saco de los golpes el mismo) es el de Wendy Rhodes, mujer del fiscal, siempre en medio de las jugarretas entre su marido y la persona que paga su nómina en base a su profesión.
Lo mejor de la serie son las actuaciones. Damian Lewis (Homeland, Band of Brothers) presta su inescrutable expresividad al retorcido Axe, un millonario a base de comprar acciones baratas y venderlas caras, sin importar qué, cómo o a quien se lleva por delante. Teniendo información privilegiada, a poder ser. Paul Giamatti (San Andreas, El Ilusionista) es el sibilino Rhodes, el fiscal que desea convertir su persecución personal de Axe en el ejemplo de lo que ocurrirá a todos aquellos que posean ventaja ilegal en el mercado bursátil, hasta tal punto que no le importará poner en riesgo la lealtad de su equipo o, incluso, su matrimonio. Maggie Sif (Sons of Anarchy) es Wendy Rhodes, la psicóloga de Axe Capital y esposa de la persona que está rastreando los trapos sucios de esa empresa, siempre entre la espada y la pared de la fidelidad a su marido y el secreto profesional (junto a la lealtad hacia quien le paga). Y más en segundo plano, Malin Akerman (Espectro de Seda en Watchmen) como Lara Axelrod, mujer de Axe, haciendo de choni macarra venida a más, ya que contrajo matrimonio antes de que llegase la riqueza y que cada vez que demuestra que a su familia no se le mangonea, alguien acaba muy jodido.
Temporada y media de serie (bendito Fusión) y como digo, de lo mejorcito actualmente en parrillas. La pregunta que me hago, como en todos estas situaciones, es si tendrá un final a la altura o la estirarán como un chicle. Ahora mismo, está en el mejor momento. Egos hinchados difuminados entre lo personal y lo profesional. Y sé que hay una tercera temporada en camino. Pero prefiero un final digno a una trama enrevesada, sosa y sin sentido.