De mis aventuras laborales, hay que decir que he tenido de todo: Experiencias buenas, malas y reguleras. Pero hasta de las malas he sacado enseñanzas. Alguno puede decir que es muy fácil hablar desde la perspectiva del empleado y que habría que ponerse en la piel del empleador en cada caso. No digo que no, pero tener el culo pelado tras haber pasado por varias empresas supone una colección de puntos de vista y experiencias que habrá que valorar:
I) Puteale, pero tenle contento.
Es un empleado, pero es persona. Cualquiera puede mandar cosas a un subordinado. Se llama jerarquía. Escalafón. Cadena de mando. Lo que ya no resulta tan fácil es hacer que ese mismo subordinado haga esas mismas cosas con una sonrisa. O que haga esa misma tarea 20 veces seguidas. O que haga esa misma tarea 20 veces seguidas con una sonrisa. Creo que se empieza a ver el patrón, ¿verdad? Pues si, que haga esa misma tarea 20 veces, pero interesate. Intenta quitar hierro a la situación. Un chascarrillo, un chistecillo… hay que hacer sentir escuchado al empleado. Ojo, tampoco hay que pasarse no vaya a ser que se piense que encima, cachondeo.
II) Predica con el ejemplo: Si le vas a putear, no te desentiendas.
«Mandar» o «Soy tu jefe» no significa coger a un empleado a las cinco y media de la tarde de un viernes, decirle que tiene que hacer, coger la chaqueta y pirarse sin el menor recato. Hay que tener por seguro que el subordinado tiene las mismas ganas que tú (o más, por lo general) de salir escopetado por la puerta del lugar donde pasa la mayor parte del día. Sientate con él. Que sienta que, aún siendo una hijoputez lo que tienen intención de hacerte, la persona responsable no se lava las manos y, aún no siendo la mano ejecutora, muestra un mínimo de interés por la tarea en cuestión.
III) Recompensa inmediatamente las cosas excepcionales y urgentes. Las demoras suponen posos para el futuro.
Un fin de semana de disponibilidad plena, unas tareas a realizar en plenas vacaciones, llamadas a deshoras… No es nada que nadie pueda decir que se libra de hacerlo. Todos sabemos que si toca, no queda otra y que dentro de lo poco habitual, puede considerarse normal. Pero de la misma manera que se contacta con el empleado, es decir, repentinamente y sin previo aviso, estos contactos deben ser recompensados del mismo modo. Y no dejar la sensación de no haber merecido la pena, primero, y, desde luego, por si se repite la circunstancia, que el empleado nunca piense que la próxima vez, va a coger el contacto fuera de horas la asadora de pollos conocida como Rita. Porque en las anteriores nunca se ha recibido compensación.
IV) Si delegas, confía. Si lo tienes bajo todo tu pulgar, das sensación de desconfianza.
No puedes tener todo bajo tu control. Entiendo que cuando se empieza en una empresa, hay tareas que no pueden delegarse por motivos obvios económicos. Pero si las cosas te van bien y empiezas a contratar gente para que se pelee en el barro por tí debes empezar a confiar en esa gente. Seguir en la brecha manteniendo que las cosas que no haces tu personalmente no son de tu entera confianza mina el espíritu de tu equipo, hasta el punto de que la gente se pregunte, en la enésima vez que les enmiendan la plana, que pintan ahí. Y ojo, no estoy hablando de catástrofes o cagotes espectaculares, sino de correcciones en las cuales prima más el criterio personal del jefe antes que el del empleado. Y repito, la primera vez igual no ocurre nada. Pero a la décima, el empleado puede preguntarse -con razón- qué carajo pinta ahí para que le deshagan todo el trabajo porque no está a gusto del jefe.
V) El viernes por la tarde no existe. Existe el lunes por la mañana.
Un plazo de entrega nunca debe ser un viernes a última hora (salvo casos excepcionales). La gente está con la cabeza en otra parte. El viernes por la tarde debería ser un plazo de tiempo donde la gente debería estar en modo automático, haciendo alguna tarea de concentración mínima, pero de nulo esfuerzo. La semana suele ser larga, y despues de comer un viernes, lo último que apetece hacer es que te endosen un bonito marrón. Ni como jefe ni como empleado. Y este es un detalle que yo (personalmente) empiezo a valorar muchísimo. Máxime cuando meto cerca de 40 horas de lunes a jueves y llego con el cerebro pelín pasado al viernes…