Paradise City 0.3
WHERE THE GRASS IS GREEN AND THE GIRLS ARE PRETTY

El sábado estuve de comida en una sidrería de Astigarraga. Para quien no lo conozca, es un pueblo guipuzcoano donde se centraliza toda la cosecha de manzanas de la zona para producir sidra. Las «bodegas», tradicionalmente, dan un menú a base de tortilla de bacalao, bacalao con pimientos, chuletón y nueces, membrillo y queso de postre con toda la sidra que seas capaz de trasegar incluida. Es un modelo que se imita, con mayor o menor acierto en el resto de Euskadi, pero la esencia y la tradición mandan que hay que ir a Astigarraga, porque es el sitio original.

Hace dos meses me invitaron a ir. Dado que la mejor manera de ir, comer y mamarse, es hacerlo en autobús, cuanta más gente vaya y se apunte a llenar el vehículo, más barato sale la excursión. Así que, además de diez conocidos, el resto hasta 40 personas eran extraños para mí.

Por ejemplo, a la izquierda, dos madres que salen por primera vez despues de año largo de lactancia y de cuidados a sus retoños. A la derecha, chica mayor cuya meta es beberse media kupela de sidra y agarrarse el mayor pedo en la historia conocida. Detrás, cuatro garrulos con más bíceps que cerebro pensando beber a morro del pitorro de la kupela. Cerca del conductor, una chica bastante atractiva, con una diana pintada en el culo como futuro blanco de los solteros en cuanto el alcohol comience a correr.

La comida y el posterior choteo no estuvo mal. El problema fue la cantidad de gente (en total, no solo nosotros) que había en el garito, que hizo imposible cualquier intento de meterse en el interior del local a bailar. Pero en el exterior no se estaba mal del todo y había bastante animación.

Puestos en antecedentes, me han contado que uno de los solteros que yo conozco, bien cargadito, como no puede ser de otra manera, intentó acercarse a la chica atractiva y obtuvo una reacción, descrita por los presentes como, «positiva».

Y llegó la hora de volver, cargaditos, como no podía ser de otra manera, fuimos desfilando y montandonos en el bus de vuelta. Y nuestra sorpresa llegó cuando, en mitad del viaje de vuelta, uno de los garrulos, el más tatuado y con mayor distancia entre hombros, cruza todo el pasillo del bus y le planta un morreo de tornillo, bestial, con exploración lingual de estómago. No fue discreto, no fue cariñoso, no fue, desde mi punto de vista, agradable de ver.

Y es aquí donde todos los que vimos el espectáculo nos volvimos a mirar al soltero A. Y él, no sé si en serio o en broma, solo pudo levantar los pulgares en plan: «Ey, no pasa nada!» Claro que viendo la medida de los brazos del maromo, yo, en su lugar no haría otra cosa. Sentarme y sonreír. Cualquier otro sentimiento acabaría con el tío entrenando sus deltoides y tríceps contra mi hígado. Y lo necesito para vivir.

Esto ya lo he vivido. Ese fue mi siguiente pensamiento. En este momento fue donde volví a revisar toda la historia de mis salidas nocturnas. Y mis intentos (vanos proyectos) de ver a una chica guapa, decirme «me gustaría conocerla» para acto seguido contemplar, con la boca descolgada, como el más baboso, el de flequillo más alto, el de la camisa más abierta o el de mayor cantidad de gomina de los alrededores se tira sobre la susodicha a lo que salga. Con lo que, vuelta calentito para casa.

El señor Parásito, también espectador de lujo del show cuatro asientos por delante, lo definió perfectamente.

Otra vez que se demuestra que la hembra elige al cazador. Nosotros como recolectores lo único que podemos hacer es bajar la cabeza, aceptar nuestro destino y seguir sembrando y recolectando.

No se le puede cambiar ni una coma. Así fue y esa fue exactamente la sensación que recorrió desde mis hombros hasta los pies. Por suerte o por desgracia, ahora mismo vivo una situación muy concreta y estas necesidades las tengo cubiertas. Pero el dejá vú en aquel momento fue como si hubiesen cogido la consciencia del yo actual y se la hubiesen implantado al Ignacio de 20, 22 años. Y el sentimiento, ya sea como espectador o protagonista, hubiese sido el mismo.

P.D.: Mis fuentes confirman que el objetivo final del garrulo no se cumplió. Vamos, que se fue calentito a casa sin compañía. Ahora que tan de moda está 8 Apellidos Vascos, se demuestra que incluso el ser vasca gana al gallito de camisa abierta y brazos musculados y tatuados…. Justicia divina, dirán algunos.


Predicando en el desiero

  1. Sr. Proletario dice:

    Una historia real.

    Clinck!


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