«PACOOOOOOOOOOOOOOOOOOO, JOPUTAAAAAAAAAAAA, CABRÓOOOOOOOOOOON!!! COMO ESTÁAAAAAAAAAS??? VIENES A LA FIESTA??????? ACUERDATE DE COMPRAR EL RON Y LOS CONDONES, QUE LA ÚLTIMA VEZ TU MADRE ME PEGÓ LADILLAS!!!!!!»
Y todo el vagón levantó la cabeza buscando al autor de la joyita que comienza estas líneas. Somos gentes muy bastas. Lo entiendo y puedo llegar a disculparlo. Pero a las nueve de la mañana, en plena hora punta, con todo un vagón de Cercanías RENFE, creo que hay conversaciones que no deben hacerse. Y menos a grito pelado.
No ya por el contenido. El tal Paco puede, efectivamente, tener una madre que se gana la vida prostituyendose. Pero es que el resto del vagón no tiene porqué enterarse. De eso o del menú que una madre tiene para su hijo a la hora de comer. O de donde estás y adonde te diriges. Somos bastos y poco educados. Y en los lugares cerrados es donde lo demostramos.
Ojo, no quito que el 85% de un vagón puede estar a su mundo, teniendo conversaciones más o menos exaltadas donde se entera el de al lado, y con suerte prestando atención. O el móvil en silencio. O que te llamen y colgar, ya llamarás o ya te insistirán si de verdad es urgente. El telefono móvil en los trenes es un aparato que bien usado, no molesta. El problema es que para aprender a usarlo bien, hay que ser educado. Y siempre hay alguien que da el cante y es de quien te acuerdas.
Y esa es otra cuestión. Me pareció hiperchocante, por ejemplo, que en Japón, si a una persona en el tren le vibraba (OJO, no SONARLE; entran en el tren y quitan el sonido), CUELGA, SE LEVANTA y habla en el espacio entre vagones. Lo que pasa es que allí son muy educados. Y aquí, no. Y no pensamos en la gente que nos rodea. Y así nos va.