No me considero gorrón. No soy de esos que cuando ve algo gratis, saca los codos a pasear y pelea hasta ponerse de los primeros de la cola. Suelo ser bastante comedido y si tengo oportunidad de coger algo, doy las gracias y no repito. Vamos, todo lo contrario a lo que se suele ver en este país. O lo que yo suelo ver.
M está en un gremio donde los congresos, simposios, charlas y talleres están a la orden del día. Raro es el mes en el que no tiene alguna de estas. Y suele aceptarme de animal de compañía. El problema reside en que no es lo pague ella, yo o nosotros, no. Digamos que detrás de la organización de estos eventos suelen estar compañías de un sector muy potente y muy interesados en que los profesionales del gremio de M utilicen sus productos. Y parte del negocio consiste en tratarlos a cuerpo de rey, como ha sido durante este fin de semana.
Restaurantes de postín, menús de boda, hotel de 4 estrellas en el centro de la ciudad que nos ocupa… No es mala vida, no. Dado que M y yo no nos vemos durante la semana, el ir a estos sitios supone asomarme a una vida (una buena vida) a la que no estoy acostumbrado. Y ya, si voy a gastos pagados, además de no sentirme demasiado cómodo (yo no pertenezco a esos círculos) siempre me queda la duda esa de saber si estoy haciendo lo correcto.