En esta serie de entradas en la que recuerdo ciertos momentos de mi vida, ya tardaba en aparecer el día en el que me dió la peritonitis. Si, queridos, tengo el apendice extirpado de la peor manera posible. Pero vayamos por partes.
1996. Junio. Último día de exámenes de la última evaluación: en lontananza, 3 meses de rascarme la barriga, primero en Basauri, y luego en Torme. Examen de Euskera y enfilo camino a casa, con paradita en la sala de juegos a desfogarme un poco atizandole al Mario Kart. Al acabar, voy a casa y me dispongo a comer. Toda la vida me voy a acordar del menú que mi santa madre tuvo a bien clavarme ese día: Puré de verdura y filete de ternera.
Si ya al sentarme andaba raruno de la tripa, al acabarme el puré estaba sintiendo mucho dolor. Por supuesto, ganas de comer, ninguna. Y mi señora madre, que ahora mismo me estará leyendo (HOLA, AMA!!!!) me obligó a zamparme el filete, cosa que creo que nunca he tenido problema. Acto seguido, una infusión o algo y un intento de echarme en la cama.
Mi madre y mis hermanos tuvieron que salir a un recado en Bilbao y nos dejaron en casa a mi padre y a mi. No guardo mucho más recuerdo de cosas concretas de esos momentos, hasta que a las seis menos cuarto o así, despues de estar 10 minutos revolcado de dolor en el suelo de la habitación, me acerqué hasta el salón y le dije a mi padre que me llevase a urgencias, que no podía más.
Un cuarto de hora después (camino que desde mi casa son 3 minutos a paso normal, para que os hagáis idea de lo jodido que iba), en el ambulatorio no daban con lo que podría tener y dado que mi estado era bastante jodido, me derivaron en ambulancia al hospital de Galdakano.
La entrada en urgencias fue digna de cualquier serie americana de hospitales. Cosa de 20 personas revoloteando alrededor de mi cama, gritando cosas, pidiendo pruebas, etc, etc…. hasta que, tres minutos despues, sin ninguna respuesta y con el mismo dolor dando por saco, todo el mundo desapareció. Pero de una manera bastante extraña. Estuve cosa de tres horas abandonado.
Y a todo esto, ¿qué fue de mi familia? Bueno, a mi padre, que fue quien me acercó al ambulatorio le dijeron que en la ambulancia solo iría yo, así que tuvo que ir en coche al hospital. Mi madre y mis hermanos, al llegar a casa y no vernos, pues algo ya se olieron, pero no fue hasta que mi padre llamó que no supieron qué hacer (estamos hablando de una época premovil) ni donde plantarse.
Bueno, a lo mio. Resulta que el problema que ocasionaba la tardanza es que no daban con ello. Las exploraciones no eran concluyentes y a eso de las once de la noche, decidieron hacerme una ecografía. Y como sería la cosa que a las dos de la mañana, la cirujana de guardia, tras ver los resultados decidió, bajo su responsabilidad (es decir, pasando de pedir permisos a familiares y tutores) operar el apéndice reventado que, desde primera hora de la tarde, llevaba dandome un dolor atroz.
Y esa fue la primera noche que pasé en el hospital: a lo largo de nueve días, mis secuelas fueron: 9 puntacos, descubrir la alergia al nolotil, una sonda nasogástrica para expulsar la anestesia, una flebitis en el brazo donde tenía la vía cogida y todo un verano sin poder bañarme por si acaso perdía los puntos. Pero la tarde que pasé y el día y medio en el que tuve puesta la sonda han calado hondo en mi subconsciente. Hasta tal punto, que no se lo deseo a nadie. Ni siquiera a mi peor enemigo.
Bienvenido al mundo de la apendicitis retrocecal!
SPOILER!!!!!!!!!!! NO LEER SI ERES APRENSIVO
Yo tuve la misma y es jodida de detectar. Durante la operación te sacan TODO lo que tienes en la tripa. Siempre me imagino mis intestinos en una bandeja mientras me operan 😀
Me habéis jodido la mañana entre los dos.
es lo que tiene que te guste la sangre mucho 😀