Hoy hace 67 años que el ser humano, en su infinito afán de encontrar nuevas maneras de acabar con la vida de sus semejantes, lanzó, sobre una población civil, un ingenio que aplicaba uno de los más grandes avances de la ciencia y la tecnología a este campo donde llevamos toda la historia de la civilización sobresaliendo cum laude.

Hiroshima es una ciudad tranquila. La estación es relativamente pequeña. No hay metro, sino un sistema de tranvías que, dependiendo el convoy que te toque, puede calificarse de obsoleto o moderno. Sin término medio. Una ciudad de amplias avenidas (incluso para ser Japón) con los clásicos callejones en la parte trasera de los edificios. Es lo que tiene recoonstruir algo cuando te lo han arrasado. El hotel estaba situado en uno de estos callejones traseros de los que hablo, a 200 metro pelados del monolito que señala el hipocentro (la proyección vertical en el suelo del punto en altura) de la detonación de la bomba atómica.

Y nada te prepara para lo que vas a ver. Calles amplias. Y, de repente, un espacio aún más abierto y un parque, atravesado por un rio. Y en él, el edificio anteriormente conocido como Salón para la Promoción Industrial de la Prefectura de Hiroshima. Más concretamete, sus ruinas. Ahora se conoce como Memorial para la Paz de Hiroshima. E impresiona. Un esqueleto apuntalado con los restos del único edificio que aguantó la detonación, conservado (no con poca polémica entre los japoneses) como símbolo de lo que no debería volver a ocurrir.

Y fue verlo y sentir opresión en el estómago. Es el recordatorio de la bestialidad, de lo profundamente subnormales que podemos ponernos. Hablando con gente que ha estado en los campos de concentración nazis se comparte la sensación. Agobio. Culpabilidad.

Hiroshima no es un lugar «turístico». No hay mucho más que ver. Pero debería ser obligado pasar por ahí y ya no rezar o tener una experiencia de religión, pero si al menos, dedicar unos minutos de reflexión al recuerdo de lo que pasó allí y de las vidas que se truncaron.

Un recuerdo para todos aquellos que perecieron y el deseo de que NUNCA más se vuelva a repetir.