El cine francés no es lo mio. Me parece, como casi todo el cine europeo serio, pretencioso, chovinista y muy dado a mirarse al ombligo. Además, la premisa de un tetrapléjico como protagonista me daba una pista horrible de lacrimogeno y previsible final. Vamos, que la alegría de la huerta.

Y no me duelen prendas en reconocer que estaba equivocado. Lagrimas, si. Pero de risa. Ciertos dialogos entre Philippe y Driss son de brocha gorda, rayando el racismo, el fascismo y muchos ismos muy políticamente incorrectos, que producen carcajadas en el patio de butacas, en parte sorprendidos por ver a un tetrapléjico y a un emigrante senegalés que le sirve de asistente «por accidente» en situaciones normales, que no por ello dejan de tener gracia.

Pero la historia es mucho más profunda que todo eso, y es así que encontramos cine de denuncia social, diferencia de clases, el mercado del arte moderno, relaciones entre padres e hijos y entre hermanos… Personalmente, una joyita que debe verse mientras se tenga oportunidad, porque pocas veces se sale del cine con la sensación de haber visto una buena película y, además, haberse divertido. Enorme François Cluzet (el doble francés de Dustin Hoffman, alucinante) en su papel del resignado multimillonario con discapacidad total y del semidesconocido por estos lares Omar Sy como el lenguaraz y vivaracho asistente que trae una nueva perspectiva a la vida a ese tetrapléjico.