Ya sabéis eso de que segundas partes nunca fueron buenas. Creo que esto aplica también a esta moda de las secuelas. Esta, basicamente, por innecesaria y por que no aporta nada que no se sepa a la maravillosa (que contrasentido, eh?) historia que John Carpenter desarrolló allá por 1982. Y es que tenemos un problema con el orden. Si esta hubiese sido la primera película realizada, la cosa no hubiese estado nada mal y la «segunda» parte sería una de esas raras excepciones a la frase con la que abro el post.
Pero es que el pescado está todo vendido desde el comienzo si has visto la primera parte. Y el único entretenimiento es ver los efectos digitales en esta nueva versión. Muy molones, muy asquerosetes. Pero han fallado a la hora de trasladar el espíritu del terror sicológico que impregna cada momento en la original. Esa duda macabra de saber si la persona que tienes al lado es quien dice ser o un conjunto de células alienígenas que quieren acabar contigo y con el resto de los habitantes de una base antartica (estadounidense en la original, noruega en esta precuela). Vamos, una cosa interesante.
Y poco más. Si has visto la original, como en mi caso, decepciona un poco. Si no, todavía tiene un pase. Pero hay que reconocer que, en vez de un remake, cutre y simplón, hay que valorar el esfuerzo de realizar una precuela. Poco original, cierto, pero es que tampoco hay mucho más donde rascar. La primera está bien. Y esta no venía a cuento. Interpretes desconocidos por el lado de los científicos noruegos y como cara más reconocible, está Mary Elizabeth Winstead (Scott Pilgrim, la hija de McLane en Die Hard 4.0). Ale, a disfrutarla.