Paradise City 0.3
WHERE THE GRASS IS GREEN AND THE GIRLS ARE PRETTY
Oct
06.
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Categoría: ayuntamiento

De noche ya, he cogido el coche para ir al centro a cenar. De todas las alternativas posibles, elijo la más larga, la que coge más semáforos y la que me permite estar más tiempo dando vueltas a las cosas. Y es curioso que para lo que viene siendo mis reconcomientos habituales, empecé a divagar sobre otros temas. Como por ejemplo, la frialdad de la sociedad urbanita en la que me encuentro viviendo ahora mismo. Todo el mundo se cruza con alguien a cada paso

Todo el mundo piensa que somos los únicos con pensamientos claros, reveladores y profundos que nos distinguen de la masa con la que convivimos. Y eso es lo que nos hace aún más solitarios. Cuesta abrirnos, buscar y/o encontrar a otra persona fuera del círculo de amistades o del trabajo con quien conectar. La vida urbanita se convierte en un deambular de casa al trabajo, del trabajo a casa con ocasionales accidentes como fines de semana, fastos consumistas y la ocasional pachanga al deporte favorito de cada cual.

Y las luces nocturnas siguen reflejandose en mi coche. Iluminan a jóvenes, niños, ancianos, gente de mediana edad. Todos con la expresión decidida en la cara, teniendo muy claro a donde se dirigen ahora mismo. Es curioso que muy poca gente con la que te vayas cruzando por la calle lleve una sonrisa en los labios. Debe ser que parecemos aún más panolis y por eso vamos apretando los labios. Bajo la ventanilla. Solo escucho el sonido de motores y la emisora de radio que llevo ahora mismo emitiendo música. Fuera de eso, la nada. Alguna sirena a lo lejos, el run-run de los autobuses y la ocasional bocina conforman todo el panorama auditivo. Solo hablan entre sí las parejas o la gente, que con paso rápido y firme, le chillan al móvil sin enterarse de si la persona que tiene delante es o no real.

Doy un volantazo para esquivar la incorporación suicida de un taxi a mi carril. Por supuesto, sin señalizar, que el uso del intermitente a él se lo cobran. Juro en voz alta. No tanto por la pirula como por el hecho de haberme interrumpido en mi ensimismamiento. A mi alrededor, nadie se da cuenta del hecho. Y como de esto que me acaba de suceder a mi, otras tantas mil cosas y mucho más graves. Detrás de las ventanas de la ciudad, se mata, se grita, se ama, se conversa y no nos damos cuenta de la dimensión de todo ello. Solo tenemos nuestra realidad. Y no nos movemos de ahí.

Aparco el coche. Salgo a la acera. Ahora soy parte de todas esas personas a las que antes miraba. Ahora soy parte de un gentío, caminando en el mismo sentido que unos y en contra de otros. Cambiando mi rumbo dependiendo de como viene la gente de frente o para adelantar a los que me preceden. Qué imagen de la vida. Intento evitar los problemas y adelanto como puedo las cosas que me retrasan. Muy curioso. Además, ahora siento más que escucho los pasos de las gentes que me acompañan por la acera. Tacones, zapatos, zapatillas… Es el verdadero latir de la la ciudad. Mil personas y mil destinos diferentes para cada una de ellas. Y yo formo parte de esa multitud.

Pienso sobre todo esto mientras me aproximo a mi destino. Justo antes de llegar, un grupo callejero de dos guitarras y un bajista estań tocando temas del pop-rock en inglés. Han formado un corro alrededor y sigue creciendo. Me sumo a la multitud. Se marcan el «Hey Jude» de los Beatles, el «Viva la Vida» de Cold Play y el «Stand by Me«, clásico donde los haya de Ben E. King. No lo hacen mal y la gente les premia con muchos aplausos y algo de calderilla. Me alejo, despues de haber echado un par de monedas en la funda de una guitarra. Me han alegrado la noche y han conseguido que, por un rato, deje de pensar en la solitaria y egoísta vida en una urbe. Este, este ha sido el verdadero ritmo del latir del cemento.


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