Julio de nuevo. Otra vez en «esa» época. Para mi el final de este mes y comienzo de agosto no es un período de tiempo que me traiga recuerdos agradables. Recuerdos de calor, de esperanza, de salir dando saltos de casa, confiado… y cuatro o cinco horas después, volver arrastrando los pies, con mal cuerpo y con ganas de meterme en la cama y no despertar jamás.
Pero te despiertas al día siguiente, y al otro, y al otro… la vida sigue, parece. El sol sigue saliendo cada mañana, las alegrías te duran menos pero las disfrutas más, las decepciones son más profundas y dejan más herida… Pero no quieres volver a ponerte en la misma situación. Porque las noches comienzan cuando tu mente se cansa de torturarte con las posibilidades, las ramificaciones y los infames y machacones «¿Y si…?» y «¿Porqué?». Y es entonces cuando duermes, agotado de tanto mareo mental.
Mala época. No, no la recuerdo con cariño. De hecho, intento reprimirla. Pero era llegar julio, subir la temperatura y zas. Dar vueltas a lo mismo. Durante muchos años, el verano no me ha traído demasiados buenos recuerdos. Y no hablemos ya de volver a ponerse en la misma situación que lo motivó todo.
Pero es que leo la entrada del año anterior, ejercicio que hago de cuando en cuando y que considero saludable para comparar las situaciones pasadas y actuales, y, tal y como estoy ahora, no puedo más que reafirmarme: Para bien o para mal, quien lo provocó todo hace tanto tiempo y decidió echarse al monte fui yo. ¿Que visto lo visto a toro pasado no lo hubiese hecho? Pues no lo sé. Supongo que todo lo que llevaba encima en aquella época (que también daría para muchos posts) salió a la luz en el peor momento y, en una de esas decisiones que toma el estómago (quiero decir que no fue ni el corazón ni la cabeza), salté. Sin red, sin paracaídas, sin colchoneta. Y claro, así fue la hostia. De espanto. Todavía me estremezco cuando recuerdo el abismo al que me tiré.
¿Y esto a qué viene? Pues que he conseguido medio arreglar este aspecto de mi vida, o por lo menos llevo un tiempo intentándolo. Lo mejor, es que no ha sido buscado ni programado. Por ponerlo gráficamente, los puntos del golpe por fin empiezan a curar cuando hasta hace bien poquito supuraban al llegar estas fechas.
Insisto. Desde que escribí la entrada de julio en 2010 hasta enero de 2011, a nivel personal, el resto del año pasado fue una mierda pinchada en un palo de dimensiones extragalácticas. Además, coincidió que la circunstancia principal que motivó el sentimiento de «menuda mierda» se dió más o menos por estas fechas, con lo que, al hacer una revisión de los acontecimientos salió la entrada que salió. De la que no cambio ni una coma, por cierto. Una cosa es que ahora mismo me encuentre como me encuentre y otra que lo que escribí en ese momento no siga vigente (que si que lo sigue, dicho sea de paso).
Vamos, que por primera vez en bastante tiempo me encuentro razonablemente satisfecho en este aspecto de mi vida. Vida en la cual he decidido que me va a afectar lo que yo decida y, si puede ser, motivado por mi, no por lo que otras personas hagan conmigo, digan o piensen de mi. No estoy para templar gaitas. Ahora mismo el ser elegante o quedar bien ha quedado en un segundo plano. Con quien quiero, me llevo bien. Con quien no quiero, no hacer aprecio es el mayor desprecio.
Así que permitanme retomar la canción con la que hace un año expresaba cómo me sentía. Hoy la puedo hacer mía. Hearth full of black. Un corazón lleno de oscuridad. De primeras y para con la gente que me ha decepcionado. Disfruten:
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