Paradise City 0.3
WHERE THE GRASS IS GREEN AND THE GIRLS ARE PRETTY

Music Room

Echando la vista atrás a uno de mis profesoras más especialitas (porque rara, las cosas como son, era un rato) creo que nunca he comentado nada acerca de la profesora de música que tuve la desgracia de padecer durante mis años de EGB. Y digo desgracia porque era (era ya mayor cuando impartía y sé que se jubiló…) una persona bastante maniatica y todas las cosas debían hacerse de una manera concreta. Si. TODAS.

Las primeras clases de música eran especiales. Por lo menos para mí. Un aula enorme, en un ala diferente del edificio, con pelotas, tambores, panderetas, xilófono, dos pianos, una barra de ballet… ya digo que las primeras veces que uno entraba sentía un escalofrío de emoción pensando en la cantidad de cosas divertidas y variadas que ofrecía el aula recien descubierta. Y entonces te fijabas en la mesa del profesor.

Simple. Lisa. Llana. Espartana. Y detrás de ella una persona con sonrisa de gato de Cheshire impostada, en plan «de momento vamos a ser simpáticos, que ya os tocará«. A ver. No era una hija de puta sin corazón. Era, simplemente, el sargento Hartman de La Chaqueta Metálica, solo que sin tacos y nacionalista hasta las trancas. Nadie se metía en su reino y ella, en su infinito salón de pasos perdidos, hacía y deshacía a su antojo. La dirección no veía ningún comportamiento extraño y todo parecía que iba bien.

Pero dentro de esas cuatro paredes la cosa era muy extraña. Para acudir a clase había que llevar flauta, zapatillas de deporte (por si nos daba por hacer movidas de respiración o expresión corporal… cosa que no hice más de una vez, creo) y los libros, uno de partituras y otro de teoría. Todos los días que había clase, se pasaba lista y había que decir si faltaba alguno de los elementos. Pero no os perdáis lo mejor: A final de evaluación, examen aprobado o no, si por lo que sea se había faltado con reiteración (justificada o injustificadamente) o tu historial de olvidos de los elementos antes mencionados era bastante notorio, daba igual tu nota. La señora te llamaba a su mesa y te clavaba un penco como una catedral. Y explica en casa que te han suspendido por olvidarte la flauta cuando había días que no la usabas.

Más cosas. Dado que todos los alumnos debían desplazarse hasta su aula, cada x tiempo, a la señora se le cruzaba el cable y nos organizaba a su gusto dentro de las sillas que conformaban su auditorio: imaginen tres filas de sillas con tablerito incorporada y en el siguiente orden: chico, chica, chico, chica… y debías recordar tu sitio hasta la siguiente vez que hubiese redistribución, unas cinco veces por curso. Vamos, un cacao. Afortunadamente, siempre había un compi con mejor memoria que la tuya que te indicaba donde te tocaba apalancarte.

Y si, maníatica de libro. Pero encima de las bipolares. Si tenía buen día, las clases no estaban mal y sembraba la teoría con anécdotas sobre el músico o el movimiento que tocase estudiar ese día. Pero si tenía el día cruzado, el nubarrón que se cernía sobre ella soltaba relámpagos y nadie, repito, nadie tenía los santos huevos de menear su culo de la silla (o respirar más alto que nadie) a riesgo de jugarse una expulsión de clase. Y la señora apuntaba hasta las manchas que trajeses en el chándal. Con lo cual, volvemos a lo dicho antes. Ya podrías tener el examen de 10, que siempre quedaba un factor de corrección a criterio de la señora. Y con una expulsión apuntada, suspendías.

Más cosas. Uy, si, querid@s, todavía queda… El colegio donde estudié formó un coro y, como no podía ser de otra manera, la profesora de música era su directora. Claro, este vuestro humilde servidor, con 5 años de solfeo y 2 de coral realizados tenía todos los boletos para ser tercera voz. Pero hete aquí que no me apeteció. Porque en el momento en el que esta señora se enteró de que tenía conocimientos musicales superiores a la media, se dedicó con ahínco y esfuerzo a putearme durante curso y medio, con lo que, cuando, tras recibir una revelación divina (o similar, ya he dicho que era bipolar), me ofreció una plaza en el coro, le dije que se montase en cierto dedo y pedalease. Retomo que me desvío. Bueno, el caso es que si eras miembro del coro, ya no digo faltar o no traer la flauta o las cosas que he mencionado, no. Podías orinarte en el piano, quemar una guitarra en clase y presentar un examen en blanco que SIEMPRE sacabas un 10 en música.

Y acabo, pero podría estarme la vida contando cosas de esta señora. Resulta que, por decirlo sin paños calientes, era la tipica señora vasca votante del PNV (porque nunca ha votado otra cosa) más interesada en las conexiones familiares de sus alumnos que en los propios alumnos. Si tu familia era conocida de la suya, tenías medio curso sacado sin hacer nada. Y si tus hermanos pasaron por el coro, entrabas en un círculo de confianza que provocaba vergüenza propia y ajena al ser interrogado acerca de tu familia en medio de clase sin venir a cuento. Lo dicho, otra profesora que tampoco echo de menos.


3 Comentarios

  1. rodri dice:

    En lo de bipolar me recuerda a cierto profesor de Deusto que daba Análisis de Costes (o algo así) en 3º de carrera 😉

  2. Eneko dice:

    Siempre supe que te motivaba tener la flauta todo el dia en la boca… 😉

  3. MaY dice:

    Rodri: Si para ese también repartí en su momento… http://old.prdscity.net/?p=926

    Eneko: Chiste Fácil… uno espera algo más de creatividad…


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