(Ala, post intimista, de esos que tanto os gustan…) Hay momentos en la vida (o por lo menos en la mía) en los que tienes demasiados frentes abiertos. Y no te da. El tiempo es limitado. Pareces un bombero luchando contra el fuego que le rodea. Si atizas un maguerazo en una dirección, el fuego te viene por otra. Y así con todo.

Estoy en una etapa raruna. Ciertos aspectos de mi vida se han resuelto. Algunos para bien, otros para mal. Otros necesitan una progresión temporal para saber, oficialmente, cual es estado final. Pero hay hechos que son impepinables: El trabajo absorbe demasiadas energías. Ya, un momento, que os veo venir con el cuchillo entre los dientes. No me estoy quejando de tener trabajo. Es, simplemente, que es bastante sufrido. No soy tan huevazos de quejarme de tener trabajo. Primero, por cómo está el patio. Segundo, por todo ese año y medio que me tiré en paro. Intento disfrutar al máximo de mis momentos de relax. Pero me está pasando una cosa extraña.

Y es que ahora mismo priorizo los momentos de descanso que tengo. No estoy para perderlos. Empiezo a ser práctico. Disfruto de la compañía de las personas que me demuestran que quieren estar conmigo. No tengo ganas de andar persiguiendo a nadie. Así mismo, las decepciones para con la gente empiezan a durarme menos. Estoy aprendiendo a las duras. Pero aprendiendo al fin y al cabo.

Así que en esto ando. Disfrutando de lo que puedo y de lo que me dejan. Completando tareas pendientes y cerrando círculos que pudieran haber quedado abiertos. Porque lo de tragar con lo que se te hace o pasar de ello, al final, conduce a lo mismo. A que te lo vuelvan a repetir. Y de un tiempo a esta parte, ya no me apetece. Nada de lo dicho. Ni que me repitan las mamonadas, ni tragar ni pasar.

Welcome to the real world, Neo.