Matt Damon se está especializando en lo que yo empiezo a llamar papeles runners. Es decir, pase lo que pase, sea cual sea el género o la trama de la película, el hombre siempre acaba corriendo de un lado para otro como gallina sin cabeza. En fin, que no querría decirlo así, pero el hombre se está encasillando. Y no es plan. Porque sabes que el hombre siempre tendrá una carrerita.
Destino Oculto es otro infame cambio de título de un relato corto de Philip K. Dick llamado The Adjustment Bureau («La Oficina de Ajustes»). Cuenta la historia de un joven político que, tras un accidente, descubre que ciertos momentos cruciales -y triviales en apariencia- de la vida de las personas son orquestados por una especie de organización de vigilantes, siempre en beneficio de un plan mayor. Este político intenta resistirse a la idea de tener el destino marcado y quiere demostrar que el libre albedrío existe.
Curiosa mezcla de géneros, cuanto menos. Porque lo que empieza con un thriller político deviene en una peli romántica de las de páncreas empalagado, para, de repente, convertirse en un filme de ciencia ficción donde se junta elementos a lo Matrix y Momo con toques de religión y filosofía. El reparto cumple con eficacia, sin ningún alarde, pero la película tiene un defecto. Y es que el último tercio, cuando todo debería empezar a solucionarse, es lento. Muy lento. Tanto, que se supone que la única escena de acción de todo el filme (casualmente, donde Matt Damon sale corriendo) resulta forzada, insulsa, liosa y enrevesada. Vamos, que el bostezo que eché cuando empezaron los créditos fue de los que desencajan mandíbulas.
De todos modos, se deja ver. No es un must, pero si no hay otra cosa en la cartelera que ver…
¿No hay nada que ver? ¡Torrente!