Llevo dos semanas sacando de nuevo la camiseta de baloncesto de Ginóbili a pasear. Vuelvo a trotar las canchas y las canastas tiemblan ante mi presencia. De risa, por supuesto. Estoy hecho una mierdecilla. Tiro y movimiento conservo, pero el físico… si sumamos mi tobillo izquierdo y el miedo con el que caliento a mi estado de forma (de-forme, permitidme el chiste) vamos. Verme correr un partido a dos canastas es casi casi morirme.
Resulta que otra empresa del edificio suele organizar pachangas de fútbol habitualmente, pero a lo tonto, nos hemos juntado unos cuantos a los que nos gusta más botar el balón que chutarlo y nos da para jugar un partidito a dos canastas. La semana pasada, con cambios, incluso. Así que aquí ando, echando tres carreras y pidiendo el cambio. Por lo menos, empiezo a hacer ALGO de ejercicio, cosa que tenía bastante olvidada desde que aterricé en Madrid.
Ahora solo queda que empiece a hacer algo más de calorcito y ponerme a corretear un rato por las tardes para ver si consigo ponerme en forma y no sufrir tanto en la cancha. Era una cosa que me propuse a principio de año (no lo busquéis en la lista que no está) y vistas las gélidas temperaturas del centro de la meseta, hasta ahora no he podido ponerme con ella. Es lo que tiene empezar a jugar en cerrado, bajo techo y con parqué.
11 puntos. Una buena sudada. No demasiado cansancio ni agujetas. Y el tobillo no ha dado guerra. Me ha molado.