En Madrid no se conduce. Se compite por el asfalto. Incluso en vacaciones. Debes conseguir echarte al carril de la izquierda cuanto antes para evitar que te pasen por encima. Y ni aún así las tienes todas contigo. Pero bueno. Estoy aprovechando la -relativa- menor densidad de tráfico para acercarme al curro en coche y poder descansar algo más.
Y si algo llevo aprendido desde que estoy en Madrid es que los taxistas son la fauna más peligrosa que mora en las arterias de asfalto de la capital. Ver un taxista delante de tí o que te aparezca por el retrovisor el Skoda Octavia estándar que parece que les regalan a todos a mi me provoca un aumento de la tensión arterial y el paso automático a modo autoprotección. Es decir, soltar el acelerador, poner el pie en el embrague y rezar para que el taxista sea legal y, por lo menos, si la hace, que utilice el intermitente para indicar su intención.
Porque esas señales de indicación parece que son un mundo a descubrir para los señores taxistas de Madrid. Y si pueden pasarte rozando mientras indicas que quieres pasarte al carril de la derecha, pues mejor, que así marcan territorio. Eso me pasó la semana pasada. Pero mi mejor experiencia con un taxista fue hace una temporada cuando, a eso de las doce y media de la noche, decidí que pasaba de coger dos metros para acercarme a casa y paré a un taxista.
En buena hora. Porque en diez minutos (y tres euros menos de lo habitual, las cosas como son) el cabrón del chófer hizo tantas pirulas que, primero, perdí la cuenta, y segundo, me pregunté donde se encuentra la policía munícipal cuando se les necesita, porque una cosa es que hagas el ocasional salto de semáforo (que yo no voy a tirar la primera piedra) y otra cosa es que intentes batir algún record. No sé cual ahora mismo. Si el de salto de semáforo, el de cambio de carril sin marcar o el de comer el maletero del coche que te precede. O todos ellos combinados, en plan decatlón, que igual si. Blanco me bajé del taxi.
Jamás ví mayor desprecio por el coche propio y/o ajeno. Palabra.
(Dos de mis tíos son taxistas. Que nadie se tome esto como un ataque a los taxistas en general. Solo a los de Madrid, que parece que cuando les dieron la licencia, también les dieron una tarjetita de «Salir de la cárcel», nada más)
Yo también me he encontrado algún que otro suicida por Bilbao, de los que según te bajas de su taxi, te dan ganas de besar el suelo al más puro estilo papal. De hecho, se te quita hasta la borrachera que pudieras llevar.
Por cierto, mola mucho la foto que has encontrado para ilustrar el post.
Hombre, en mi caso no fue tanto alivio como para besar el suelo, si no más bien incredulidad por seguir conservando cosas importantes en su lugar habitual (manos, pies, genitales…)
Las fotos que meto (un mala costumbre que me has pegado, maldita 8D ) son de flickr con licencia CC, para evitarme problemas. Lo que no reconozco es el lugar donde está tomada…